Comunicación telepática. Cirugía. Experimento cerebral. Sentires polimorfos. Estas son solo algunas de las ideas que se articularon en un caos grotescamente poético para dar origen a la primera película de David Cronenberg. Aunque se estrenó en 1969 con un modestísimo presupuesto, no tiene nada que envidiarle al estatus legendario de creaciones como The Fly. Acompáñanos en nuestra reseña de Stereo para analizar la cinta que resultó ser el punto de partida de uno de los legados más grandes en la ciencia ficción cinematográfica.
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Stereo (1969)
Dirección y guion: David Cronenberg
Reparto principal: Ronald Mlodzik, Jack Messinger, Paul Mulholland, Iain Ewing
Género: Ciencia Ficción
País: Canadá
IMDb: 5.1
Sinopsis: Siete personas se someten a un experimento que tiene el objetivo de estimular al máximo sus capacidades telepáticas
Una construcción estrambótica
En Stereo, David Cronenberg se centra en construir el universo donde se sitúa la trama con una ambigüedad pocas veces vista en el resto de su filmografía. A medida que avanzó en su quehacer cinematográfico, el director canadiense fue “amigándose” con las herramientas de la narrativa clásica. Es decir, sus últimas películas pueden resultar un delirio en cuanto a sus temas, pero las historias que cuentan se desarrollan con narrativas lineales y claras. En cambio, su primer largometraje es un proyecto absolutamente experimental, donde el protagonista es una voz en off que relata toda clase de investigaciones científicas.
Sin estas explicaciones de fondo, no habría manera de comprender la cinta. Durante toda su extensión, solo observamos a los personajes interactuar sin emitir diálogo alguno, comunicándose mediante gestos y miradas. Muchas veces, solo ocupan distintas zonas del encuadre sin relacionarse en lo más mínimo. Entonces, el relato invisible es el gran organizador de la primera creación de Cronenberg, y puede que su tono monótono y teorías de libro de ciencias aburran a más de uno.
El cuerpo y las pasiones
Entre tantas argumentaciones científicas y análisis empíricos, Cronenberg agrega la espontaneidad del cuerpo y sus pasiones como factores de suma importancia para el experimento llevado a cabo en Stereo. En palabras de la voz en off, “si no puede haber amor entre el investigador y sus sujetos, no puede haber experimento alguno”. Así, los sentimientos son tan esenciales como cualquier cálculo académico en lo que al ensayo sobre telepatía respecta. Desde sus orígenes como cineasta, David ya perfilaba lo que iba a ser el elemento central de su cine: la carne como un espacio en el que conviven lo calculado y lo impulsivo, la perfección y el instinto desatado.
A 55 años de su estreno, el “primer hijo” del director canadiense sigue siendo caracterizado como una idea fresca, innovadora y, como el resto de su acervo fílmico, grotesca. Esta última adjetivación es interesante, considerando que Stereo contiene pocas o nulas escenas visualmente escabrosas. Su morbo se encuentra en un nivel que no podemos ver, pero sí podemos sentir a través de la voz escalofriante que nos relata, sin repulsión alguna, las vicisitudes del experimento humano que los protagonistas llevan a cabo.
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