Cuando pensamos en películas juveniles de los 90, miles de títulos inundan nuestra mente. ¿Pero cuantas de esas películas tenían un mensaje verdaderamente significativo para transmitirnos? Te sorprenderá saber que una de las moralejas más importantes de fin de siglo vino de parte de un largometraje que no tenía nada de solemne. En esta cinta, una chica que encaja perfectamente en el estereotipo de porrista es enviada a un instituto de reorientación sexual por mostrar comportamientos relacionados a la homosexualidad en su cuadradísimo entorno. Acompáñanos a revisar la relevancia de la película en esta reseña retro de But I’m a Cheerleader (1999).
But I’m a Cheerleader (1999)
Directora: Jamie Babbit
Guionistas: Brian Peterson, Jamie Babbit
Reparto principal: Natasha Lyonne, Michelle Williams, Clea DuVall
Género: Comedia, Romance
País: Estados Unidos
IMDb: 6,7
Sinopsis: El mundo de la porrista Megan se desencaja cuando sus padres la envían a un centro de recuperación para personas homosexuales.
El manejo de los estereotipos
Como director de cine, crear una película que indague en estereotipos sociales fuertemente asentados debe ser lo más parecido a caminar en una cuerda floja. Abusar de ellos es alimentar la falta de representación que sufren las minorías, y desafiarlos puede llegar a generar confusión. Sin embargo, But I’m a Cheerleader hace un gran trabajo manipulando los prejuicios con los que se suele denigrar a los y las identificados con el colectivo LGBTQ+.
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La mayoría de los personajes que se encuentran internados en la institución de reorientación sexual se definen por un estereotipo, tanto hombres como mujeres. Por suerte, la cinta no tarda en aclarar que esas «casillas» solo están ahí para burlarse de ellas. Se busca resaltar que, dentro de cada arquetipo de personalidad externa e interna, se encuentra una variada cantidad de humanidad.
Una sátira hilarante e importante
Esta cinta ya cumplió 20 años desde su estreno. Aún así, los chistes nunca dejan de ser graciosos, inclusive en una actualidad donde el humor antiguo fue sacrificado para el bienestar de grupos sociales atacados por bromas sin gracia. De alguna forma, But I’m a Cheerleader se mete con todos y cada uno de los típicos chistes con los que se bromea sobre el colectivo LGBTQ+, pero lo hace de forma inofensiva y siempre ridiculizando al pensamiento homofóbico.
La película es una de las grandes recomendadas cuando se habla sobre largometrajes que empleen un correcto tratamiento de las problemáticas LGBTQ+. De hecho, el actor Elliot Page declaró en una entrevista que la creación de Jamie Babbit lo ayudó a encontrarse a sí mismo cuando no podía hacerlo en ningún otro ámbito de su vida. Mencionó que la representación que ofrece la cinta es de suma importancia para salvar vidas y crear futuros sanos.
La espectacular actuación de RuPaul
Una de las ironías más grandes de But I’m a Cheerleader probablemente sea el papel de RuPaul, y lo que ello conlleva. En la cinta, el actor interpreta al instructor de True Directions, el instituto de reorientación sexual al que es enviada la protagonista. Él se define a si mismo como un «ex gay», que encontró la forma de corregirse y ahora se encarga de ayudar a los hombres homosexuales a revertirse mediante un programa de cinco pasos.
¿Cuál es el chiste de esto? Bueno, RuPaul no es nada más ni nada menos que el ícono LGBTQ+ por excelencia. En 2009 creó el famosísimo reality show RuPaul’s Drag Race, que sigue emitiendo temporadas hasta el día de hoy. El programa consta de una competencia de drag queens que buscan coronarse como la siguiente superestrella drag. La serie hizo grandes cosas en lo que a visibilización pública de las drag queens se refiere, promoviendo mensajes positivos acerca de este arte que en el pasado debía practicarse casi a escondidas. Es por eso que el papel de Rupaul en la cinta es una broma no explicitada.
Un paleta de colores afín a la trama
Aunque lo criticaron sin descanso, el uso de colores en la cinta fue meticulosamente planificado. La directora dijo haberse inspirado en cuatro elementos para la creación de la paleta: la estética empleada por el director John Waters, la fotografía de David LaChapelle, la película Edward Scissorhands (El joven manos de tijera, 1990) y el rosa propio de Barbie. El objetivo de esta mezcla tan particular era que los vestuarios y escenografía reflejasen la trama cambiante.
Por ello, observamos que existe una especie de degrade en los colores de las escenas a medida que la cinta avanza. Al principio, cuando la historia se ubica en el barrio de la protagonista, todo está teñido de naranja y marrón. Luego ella es trasladada a True Directions y cada elemento se define entre el rosa y el celeste, hecho que intenta evidenciar lo artificial de las construcciones de género que dominan nuestras vidas.
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