En el género terror, el drama suele ser uno de los ingredientes elementales e ineludibles. Más allá de los sustos y la sangre, la película necesita que el espectador se encariñe de una u otra forma con el personaje vulnerable. Así, cuando este es víctima del terror, se nos debería estrujar un poquito el pecho, porque fue previamente construido con sus problemas y debilidades. En otras palabras, las buenas películas de terror no son aquellas que eliminan personajes a diestra y siniestra sin que se nos mueva un pelo. Todo lo contrario, cada lucha perdida contra lo paranormal tiene que llenarnos de lástima. En esta reseña de Kotoko (2011), ya te decimos por adelantado que la historia de la protagonista te dejará con un mal sabor por días.
La película gira alrededor de Kotoko, una mujer con varios males mentales, que van desde la bipolaridad hasta ver doble. Cuando estas afecciones se intensifican, comienza a vivir en una realidad paralela donde no distingue lo que es verdad de lo que no lo es. Además, tiene un hijo pequeño al que adora e intentará proteger de los enemigos que batallan contra ella en su mente.
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Kotoko (2011)
Dirección y guion: Shin’ya Tsukamoto
Reparto principal: Cocco, Yuko Nakamura, Shin’ya Tsukamoto
Géneros: Drama, Terror
País: Japón
IMDb: 6.7
Un punto de vista esquizo
Uno de los grandes puntos fuertes de Kotoko es lo que logra transmitirnos con la cámara. No tenemos ningún narrador en off, puntos de vista múltiples, o siquiera una explicación por parte de la protagonista. Todo lo que logramos saber de la película, lo sabemos por el narrador tácito en tercera persona que se condensa en la filmación objetiva de la vida de Kotoko. Con sumo esfuerzo y detalle, los planos nos dan la ilusión de que lo sabemos todo sobre ella, viéndola tan de cerca. Sin embargo, se vuelve cada vez más ajena a medida que la historia avanza.
Entonces, se puede decir que la película logra el éxito en una de las grandes preocupaciones de todos los cineastas: la significación múltiple. Ese momento en el que los objetos, los escenarios, las personas, significan más de una cosa. O, aún mejor, representan dos ideas completamente opuestas.
El terror puede ser el silencio
Estamos acostumbrados a pensar que la mejor forma de transmitir terror es desde la grandilocuencia. Los monstruos gigantes, la sangre despilfarrada por todos lados y los escenarios altamente catastróficos, son solo algunos de los puntos principales de las películas de terror más icónicas. Por suerte, cada vez más los creadores del género eligen experimentar con lo no dicho, lo estático, lo calmo y, principalmente, lo silencioso. De esta forma, aparecen películas que gestionan otra forma de contacto con el espectador, más íntima y menos mediada por el típico bullicioso artificioso.
Kotoko es una de ellas, y hasta se convierte en uno de los mejores exponentes del ejemplo. Desde el primer momento, la película genera una ambivalencia constante que podría atribuírsele a una producción estridente: no sabemos si lo que ella ve es real o no, jamás terminamos de entender por completo su personalidad o decisiones, y no comprendemos ni un poco de lo que pasa por su cabeza. Sin embargo, todo este caos es contado con una parsimonia, tranquilidad y lentitud pocas veces vistas. Entonces, ambas herramientas narrativas se complementan para generar una película absolutamente neurótica, de esas que estrujan el corazón y son difíciles de olvidar.
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