Lee nuestra reseña de Memorias de un caracol, la película de stop-motion del año

Reseña: memorias de un caracol, la tristeza hecha arte

El año pasado una de las películas más taquilleras fue Intensamente 2, un filme animado que cautivo a todo el público. Por esta razón, no es de extrañar que el cine animado este tomando popularidad. En esta reseña de Memorias de un caracol (Memoir of a Snail, 2024) te decimos porque se ha convertido en la película más vista de México.

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De que va Memorias de un Caracol

La historia se encuentra ambientada en Australia, está narrada por Gracie Pudel. Ella cuenta cómo fue su infancia en Melbourne durante los años 70, junto a su hermano gemelo, Gilbert y su padre Percy, un exmalabarista francés que, tras quedar parapléjico, sucumbe al alcoholismo. Con la ausencia de su madre, fallecida en el parto, los gemelos se convierten en el único refugio del otro. Gracie, tímida e insegura, encuentra en Gilbert, de temperamento fuerte y sensible, a su principal protector.

Sin embargo, la muerte de su padre los deja huérfanos y, de manera trágica, terminan separados en hogares de acogida en distintas partes de Australia. Gilbert es enviado a un huerto de manzanas en Perth, en el Oeste, administrado por fundamentalistas religiosos. Mientras tanto, Gracie encuentra hogar en Canberra, en el sureste, con una pareja que descuida su crianza en favor de su vida como swingers.

Memorias de un caracol (Memoir of a Snail, 2024)

Guionista y director: Adam Elliot
Género: Animación, Drama, Comedia
Duración: 94 minutos
País: Australia
Año: 2024

La animación casi como género

Memorias de un caracol es el segundo largometraje de animación stop-motion con arcilla del cineasta australiano Adam Elliott (Mary and Max, 2009). El filme es ganador del Cristal a Mejor Película Animada en la última edición de Annecy, y nominada al Oscar en la última premiación. La película es un homenaje para quienes son considerados “diferentes” o marginados. A la par, es un retrato de la profunda melancolía y oscuridad que puede habitar en cada ser humano.

Desde el inicio, Memorias de un caracol deja claro que no es una película para niños. Aun así, aborda de forma honesta la dura realidad de la infancia en situaciones de abandono. La narrativa está compuesta por eventos cotidianos sin perder el humor. A través de Gracie, la historia explora las secuelas emocionales de la separación, la negligencia parental y los pequeños actos de bondad que pueden sembrar esperanza.

Un diseño de producción meticuloso

Una de las razones por las que el director se toma largos periodos entre proyectos (Mary and Max se estrenó hace 15 años) es su atención al detalle, que va desde la construcción de los personajes hasta la selección de la paleta de colores y la precisión en la animación.

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La tristeza es un elemento constante en la película. Cada matiz en los rostros y paredes, cada curva en los cuerpos y paisajes, cada nota musical y cada fragmento de arcilla contribuyen a este sentimiento. El universo creado por Elliott plasma el desconsuelo en toda su profundidad.

Narrativamente, la historia alcanza un punto de quiebre donde la carga emocional se intensifica, llevándonos a cuestionar cuánta tragedia puede soportar una persona. Sin embargo, Elliott evita el sensacionalismo o la condescendencia; en su lugar, opta por una mirada realista. Su visión nos recuerda que la esperanza genuina no surge de la negación del dolor, sino de la capacidad de encontrar ternura y amor en medio de la adversidad.

Esperamos que esta reseña de Memorias de un caracol te haya gustado. Cuéntanos en nuestras redes sociales ¿consideras que la animación se debe considerar como un género propio? ¡Te estaremos leyendo!

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