“Más extraño que Drácula, más fantástico que Frankenstein, y más misterioso que el hombre invisible” era la premisa central que rezaba el afiche de The Mummy (La Momia, 1932). Allá por 1930, los monstruos desfilaban por la pantalla grande, uno detrás del otro en lo que parecía ser una seguidilla de nunca acabar. Entre tanta oferta y demanda, el director Karl Freund logró visionar un papel a medida para el icónico Boris Karloff. Dicha actuación no quedó tan impresa en la memoria del imaginario colectivo como su Frankentein, pero aun así marcó un hito importantísimo en la historia del cine de horror. Acompáñanos en esta reseña de The Mummy para saber más.
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Imhotep es el nombre de una antigua momia egipcia que es descubierta por un equipo de arqueólogos en 1921. En la investigación, uno de los profesionales deja que la curiosidad le gane y comienza a traducir y recitar los símbolos de un pergamino que acompañaba la tumba de Imhotep. Desgraciadamente, lo que lee en voz alta está muy lejos de ser un texto inofensivo.
The Mummy (La Momia, 1932)
Director: Karl Freund
Guionista: John L. Balderston
Reparto principal: Boris Karloff, Zita Johann, David Manners, Arthur Byron
Género: Terror
País: Estados Unidos
IMDb: 7.0
Karloff renovado
Ilusamente se creyó que Boris nunca daría vida a un rol más impresionante que el diseñado por el director James Whale en Frankenstein (1931). Aquella concepción estaba completamente errada. De hecho, el Imhotep de Boris solidifico su reputación actoral. Ello se debe a las diferencias entre el monstruo de Mary Shelley y la momia creada por Karl Freund. Mientras que Karloff aterrorizó con un Frankenstein nacido de incertidumbres, Imhotep supo perturbar por ser pura certeza.
En otras palabras, Frankenstein funciona como producto del horror porque el público jamás logra dilucidar los razonamientos detrás de su accionar maléfico, y a veces ni el propio monstruo puede comprender porque se comporta de manera tan sanguinaria. En cambio, Imhotep entiende la maldad y está enteramente motivado por ella. Es un alma vengativa que, a pesar de acumular un rencor milenario, planea cada una de sus acciones con delicadeza absoluta, y las ejecuta con una parsimonia que pone nervioso al más incrédulo de los espectadores.
Un legado que perdura
De esta forma, Karl Freund demostró que no es necesario abusar de las características esquivas o no visibles de la entidad maligna para hacerla tenebrosa. Al contrario, es el hecho de posicionar al monstruo en el mismo nivel que sus contrapartes humanas lo que genera un antagonista duro de vencer y olvidar. Al día de hoy, seguimos visitando el cine para maravillarnos antes las criaturas más morbosas y amorfas que géneros como la ciencia ficción pueden idear. Sin embargo, ¿Qué puede ser más escalofriante que una entidad realista?
The Mummy estableció una de las primeras marcas del género terror que persevera en la actualidad. Aunque aún estaba lejos de acercarse al ser humano común y corriente con su momia, sin duda alguna Freund creó a un ser que piensa como una persona. Logró mantenerse tanto del lado ficcional y monstruoso como también del realista. Lo mejor de dos mundos: una criatura físicamente pesadillesca con una mente excepcional.
Esperamos que te haya gustado nuestra reseña de The Mummy. ¿Qué otras películas de terror de los años 30 recuerdas? Queremos leerte en nuestras redes sociales.